Hoy quiero compartir con vosotros algo que me ha dejado en shock y me ha hecho reflexionar profundamente sobre la relación entre la mente y el cuerpo. Como algunos de vosotros ya sabéis, llevo años padeciendo de alergias desde los 6 años que recuerde, cuando por primera vez en una vacaciones en Tarragona me dio una crisis de angioma (El angioedema es una afección en la que se produce hinchazón debajo de la piel y en los tejidos subyacentes, típicamente en la cara, las extremidades, los genitales y el tracto intestinal. La inflamación puede ser dolorosa y potencialmente peligrosa si obstruye las vías respiratorias o afecta a los órganos vitales. Esta condición puede ser causada por una reacción alérgica, pero también puede tener causas desconocidas o estar relacionada con ciertos medicamentos o enfermedades.) desde entonces he estado visitando médicos alergólogos, primero en Navarra durante más de 15 años, luego en Barcelona cuando me instale a vivir aquí, visitaba a mi alergóloga de forma rutinaria para intentar descubrir de dónde provienen esas crisis de “alergia”.

Esta ultima visita venía a recoger unos análisis de sangre que me hicieron de más de 150 posibles focos, mi médica me dio una noticia inesperada: no tengo ninguna alergia. Imagina mi cara, 38 años medicada y pensando que tenía una alergia rara, o eso me habían hecho creer.

En un primer momento, esta noticia me dejó enfadada e incrédula, ya que cada vez que iba a ver a mi médica, le contaba todas las veces que había sido ingresada y los tratamientos que había recibido con cortisona y que se yo…

En cada visita sentía la presión de tener que demostrar que algo estaba mal conmigo, como si tuviera que buscar desesperadamente alguna planta o sustancia que me causara una reacción grave, que a veces llegaba a inflamar mi garganta y dificultaba mi respiración. Era frustrante sentir que no me creían y así se lo hice saber.

Pero entonces mi médica me explicó que lo que estaba experimentando era un angioedema no alérgico a nada, era una reacción que mi cuerpo produce en defensa de algo. Me explicó que seguramente se debió a algún tipo de estrés y que, muy probablemente, hubo un momento traumático en mi vida que había desencadenado esta reacción.

Fue en ese momento cuando me di cuenta de que tenía razón. Aunque había trabajado en mi sanación durante muchos años, había una parte de mí que todavía estaba herida y que necesitaba ser escuchada. Recordé a esa niña que se sintió abandonada y rechazada, y seguramente había creado esta enfermedad para protegerse.

Recuerdo que cuando era niña, me sentía sola, culpable y perdida. No sabía cómo lidiar con los sentimientos de abandono, rechazo, humillación que experimentaba, y a menudo me sentí incomprendida por los demás. Sin embargo, a pesar de todo esto, siempre había mantenido una actitud positiva y optimista ante la vida.

Ahora, después de haber recibido la noticia de que mi enfermedad era psicosomática, me doy cuenta de que esa niña que fui necesita ser escuchada y amada aun más. Necesita que le den el amor y la contención que no recibió en su infancia, para que pueda sanar y seguir adelante.

Pasaron entonces miles de situaciones que no había recordado, era como si algo hubiera abierto una nueva puerta en mi interior. Mi silencio y mis lagrimas, parece que conmovieron a la doctora y me pidió que volviera en unos meses para saber como estaba mi evolución de trabajo personal. Por ahora sigo tomando unas pastillas, pero, espero que dure poco, solo hasta que todo este mas sano en mi.

Mi experiencia ha sido un recordatorio de la importancia de escuchar y cuidar de mi niña interior. Todos tenemos heridas emocionales que necesitan ser sanadas, y es importante tomarse el tiempo para hacerlo. Solo entonces podemos vivir una vida plena y saludable, sin limitaciones físicas o emocionales.

Por ello empecé a trabajar en este proceso de sanación, y a la vez que lo hago empleando todas mis herramientas y estudios, estoy creando un taller que en breve te voy a compartir para que tu también puedas sanar.

Gracias, gracias, gracias